En la Frontera del Reyno

Era mediodía y la fila del banco no parecía excesivamente larga.

“No tardare mucho” pensó el joven mirando su reloj y subiendo el volumen de su reproductor de música.

Mientras escuchaba una versión acústica de una vieja canción punk recorría con la vista la publicidad a su alrededor, por todos lados le ofrecían créditos y seguros de toda clase. Tan concentrado o tan distraído estaba que no escucho el estruendo que se produjo en la calle solo notó el repentino giro de todas las cabezas que se quedaron con la mirada fija en las puertas de acceso.

Casi de inmediato una espesa oscuridad cayó sobre todos, el joven se arranco los audífonos tirando del cable y entre los murmullos de la gente pudo escuchar el tenue son de un conjuro repetido como un mantra.

Buscó en su bolso la pequeña linterna que llevaba consigo y apuntó el luminoso haz hacia la entrada de la sucursal bancaria, lo que vio era aquello que ya se había imaginado. en la puerta, sentado en la posición del loto y con los ojos en blanco, un brujo repetía sin cesar palabras prohibidas.

Se trataba de un acolito, seguidor de aquel desterrado que agitó el reino tiempo atrás afirmando proceder de otra tierra, otro mundo, uno donde la realidad y la historia podían cambiarse con la voluntad y que recorrió el país causando revueltas y realizando portentosos prodigios sin que nadie supiera de donde procedía él o su poder.

Cuando el regente decidió actuar se requirió de la intervención de los cuatro cuerpos de la fuerza de defensa arcana para controlarlo y encerrarlo en una prisión de probabilidad cuántica. Pero en el tiempo que vagó libre se hizo de numerosos seguidores entre brujos e inhumanos y estos seguían perturbando el orden y la paz, a veces de forma aislada y aleatoria, otras en organizadas y terribles acciones terroristas exigiendo la libertad de su maestro.

De pronto escuchó el ruido de vidrios rotos y al apuntar su tímida luz descubrió dos invunches que asaltaban las cajas y aterrorizaban a las cajeras cuyos gritos se volvieron estridentes.

En medio de la pesada oscuridad los hombres se disponían a desenvainar sus espadas, pero las tinieblas parecían detener sus movimientos.

Entonces sobre los gritos de las mujeres y el cántico del brujo se oyó desde afuera un ruido de metales retorcidos y ráfagas de armas de fuego, en un instante la oscuridad se quebró y la luz del sol entró con fuerza por las puertas acristaladas.

El acolito estaba tirado boca abajo, inerte. Un certero disparo de un tirador escogido lo había derribado. Los invunches, confundidos y segados fueron presa fácil de las numerosas espadas que ahora podían moverse con libertad.

El joven apagó su linterna y tomó algunas fotografías con su teléfono móvil.

Dejó el banco mientras las mujeres aun gritaban histéricas ante la sangre y los cadáveres. Afuera encontró varios autos aplastados y postes de alumbrado derribados. Agentes en traje de combate se movían aquí y allá mientras un archimago terminaba la des-invocación del golem que el brujo dejara cuidando sus espaldas.

-Bien, parece que no podré cobrar mi cheque hoy- dijo para sí el joven mientras encendía su reproductor otra vez.

A medida que se alejaba se topó con una marcha del gremio de comerciantes que habían sido interrumpidos por el asalto y cuyos dirigentes discutían acaloradamente con los carabineros recriminando a las autoridades por su traslado mas allá de los muros interiores de la ciudad.

“Un día mas en la frontera” pensó mientras seguía su camino.